"El reencuentro de Ángela con sus raíces 56 años después"

(Una historia humana, con el permiso de sus protagonistas)

Enero de 1955. Una mujer gitana, Rafaela Marín de 26 años, con raíces totaneras, da a luz a una niña en una mísera cueva ubicada en Alfaz del Pi. La hemorragia y falta de medios desencadenan su muerte. Solo queda enterrarla como pobre de solemnidad en una fosa común del cementerio. Deja la desdichada Rafaela aquella criatura recién nacida y dos hijas gemelas con escasa edad, al cuidado de la anciana abuela y del padre.

Un Matrimonio sin descendencia son informados por las monjas que "unos gitanos, refugiados en las cuevas, quieren dar una recién nacida porque no pueden cuidarla..." Aquella fría mañana de enero, van a recoger a la criatura que está siendo lavada por la anciana abuela con escasos medios. Al ver a las gemelas jugando, le pregunta si puede llevarse a una de aquellas niñas, junto al a recién nacida. "Esas nacieron juntas y seguirán juntas...", responde el padre.

Para la pareja se inicia un proceso de intento para regularizar aquella criatura, acudiendo a los chanchullos de la época y soportando algún que otro chantaje con el temor a perder a la niña. Ángela siempre tuvo dudas sobre sus verdaderos padres y preguntaba constantemente sobre su origen que solo le fue desvelado con una mayoría de edad y viviendo de forma acomodada con unos "padres" que le dieron todo.

"No busques, hija, porque puede que lo que encuentres sea muy duro para ti... Mejor no mires atrás..." le suplicaba el bueno de su padre para que desistiera en su afán por conocer sus raíces. Esperó, Ángela al fallecimiento de sus padres para iniciar una búsqueda constante, en la que Paloma, una des su hijas, fue determinante.

A principios de 2011, recibo un correo de Paloma, a la que no conocía de nada que contacta conmigo tras leer un artículo en mi blog de entonces. Paloma es profesora de Instituto y me cuenta la historia de su madre, Ángela. Su búsqueda desde hace años y me pide ayuda que sin dudarlo le presto y comienzo a indagar con los datos que me facilitaba.

Transcribo uno de sus correos de aquellos tiempos de búsqueda:

“¡Hola Juan José! gracias de nuevo por los datos que me das. Nosotros estamos a la espera de que nos contesten del Archivo de la Diputación a ver si ahí consta algo del ingreso de mi abuela en la beneficencia donde dio a luz, o si consta en algún lugar que le entregaron la niña a "don fulano de tal", para saber quién era el padre.

Tal como te dije ayer, mi abuela adoptiva fue a recoger a mi madre a Alfaz del Pi, a una casa donde estaba el padre de mi madre con ella que era un bebé de 5 días y dos nenas gemelas que tenían año y medio (hijas de él también).

Mi abuela contaba que cuando llegó a la casa, aquello era miseria pura y estaban lavando al bebé de 5 días (a mi madre) en un lebrillo de barro, en la calle, en pleno enero.

La verdad es que si yo soy nieta de El Tacones y sabiendo que dio a sus hijos porque no les podía dar una vida digna, me hubiera encantado que hubiera sabido que gracias a ese gesto suyo de querer darles a sus hijos una vida mejor, tiene una hija que es un trozo de pan, que no le ha faltado de nada (ni material ni emocional aunque si ha echado en falta tener hermanos/as) y tres nietas que ahora buscan sus raíces.

Cuándo me dijiste lo del hijo médico me chocó, porque mi hermana mayor también es médico. Yo soy profesora, y mi hermana pequeña está acabando la carrera de magisterio ... ¡La sangre "tacones" dio sus frutos! jaja . Para que veas tú lo que hace el ambiente.

Bueno Juan José, de nuevo gracias. Cuando yo tenga algún dato ya te lo paso y te agradezco de corazón que te estés molestando tanto en ayudarnos…”

saludos

Paloma

Un día, llamé al marido de Antonia y, tras una conversación en la que muestro mi curiosidad por la historia, me dice que ellos llevan años buscando a una hermana que dieron cuando nació al morir la madre después del parto. Siento que estoy ante el final de la búsqueda y le digo “Esa hermana existe y dile a Antonia que puede conocerla si ella (Ángela) me da permiso para buscar un encuentro entre ambas.

Aquella noche, tenía a Antonia en mi casa, llorando emocionada porque había encontrado la pista de su hermana 56 años después de separarse. La tranquilizo y le pido paciencia porque yo no puedo dar los datos sin el permiso de Ángela, su hermana. Que no me insista, porque he de respetar la voluntad, aunque estoy convencido que se encontrarán pronto.

A los muy pocos días, Ángela, su marido y Paloma, llegaron a mi casa. Era domingo a primera hora y aquella mujer me pidió dar una vuelta por el barrio donde había vivido su hermana, en el Zoco. Se emocionaba, Ángela al escuchar mis explicaciones sobre la vida y penurias de Antonia con “El Tacones” y “La Ramona”.

Comparaba su suerte aquel día de enero de 1955 cuando fue entregada a su madre adoptiva en presencia de sus hermanas y la trayectoria de ambas en la vida 56 años después. Intenté “transportarla”, con mis palabras, a ese tiempo, a las condiciones en las que malvivían, junto al Ramblar en el inicio de la calle Tambojar.

Creo que no fui capaz de “ubicar en el espacio y el tiempo” a Ángela y su familia las condiciones infrahumanas de aquella chabola que yo si recuerdo con detalle, incluido el olor por años que pasen. Por suerte -con su esfuerzo y el de los suyos-, Antonia vive hoy con la dignidad que merece y lo problemas de cualquier familia.

El encuentro en mi presencia, lo podéis imaginar. Junto a la explanada de la Ermita de San José, aquel abrazo emocionado cuyo recuerdo todavía me hace brotar las lágrimas. Había merecido la pena la búsqueda de aquellos meses por mi parte para ayudar en el reencuentro entre las hijas de Rafaela Marín Díaz. Aquella mujer de 26 años, muerta en el parto, que no pudo disfrutarlas.

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