Ante el valioso y emotivo patrimonio del cementerio de Totana

El cementerio Nuestra Señora del Carmen se levantaba en la década de 1880 siguiendo el proyecto del arquitecto diocesano Justo Millán Espinosa. En su ejecución fue necesario simplificar el esquema trazado ante la imposibilidad de afrontar la elocuencia y majestuosidad de un diseño inspirado en tendencias modernistas e impregnado de tintes románticos. En la base de esta forzada limitación se encuentra la adversidad económica del periodo, lo que obligó a Totana a atenuar la suntuosidad de su concepción inicial. A pesar de ello su configuración y encuadre manifiestan un lenguaje que convoca a la reflexión, al sosiego, a la quietud, a la vez que encierra espacios, construcciones, expresiones funerarias… de raigambre y significado.

En «la ciudad de los muertos», como algunos autores han dado en llamar a los cementerios, susurran los recuerdos y vivencias que compartimos con nuestros mayores, haciendo esencia y emoción aquella reflexión de Cicerón en la que precisaba que «la vida de los muertos ha sido dispuesta en la memoria de los vivos» y en ella palpitan vibrantes evocaciones que otorgan un carácter íntimo y apasionado a estos lugares sagrados.

De este modo, paralelamente a las resonancias de que se acompaña este camposanto, como también del sentido de fe de que se reviste, alberga un patrimonio que demanda su conservación. Un legado forjado en los últimos 140 años que no podemos permitirnos su degradación y mucho menos su desaparición. Envueltos en esa inquietud ponemos la mirada en determinados enterramientos que, devorados por el tiempo y el abandono, reclaman una precisa intervención, algunos de ellos cargados de historia, avalados por el comprometido protagonismo que definió la existencia de los que ahora yacen en ellos.

Un espacio envuelto en ternura se forjó en el cementerio de Totana para acoger las sepulturas de los más pequeños, un entorno conocido como «La Gloria», pues en él reposan los que morían en las primeras etapas de la vida, una experiencia que lamentablemente vivieron nuestros mayores condicionados por la alta incidencia de epidemias, infecciones y enfermedades fundamentalmente de naturaleza respiratoria e intestinal, que castigaban con aguda virulencia en los primeros estadios de la vida. Lo que fue una esfera destinada a este fin ha quedado reducida a concretos testimonios, que invocan una inaplazable restauración, pues varios de ellos se encuentran en lastimoso estado.

Me consta, porque así lo he comentado varias veces con responsables políticos de la localidad, la voluntad del ayuntamiento de Totana de mantener este enclave con esmerada diligencia y respeto, aplicación que se pone de relieve en el escrupuloso cuidado con que se desenvuelve el quehacer de los encargados de su custodia. A pesar de ello, los descuadres que reseñamos piden urgentemente acciones, una revisión pormenorizada de las diferentes expresiones funerarias que componen la necrópolis, fijando la mirada en aquellas que tienen un especial nivel de protección, como también en las que, atesorando una entidad singular, no reciben las atenciones precisas, bien porque la descendencia no ha tenido continuidad o por encontrarse ausente de la localidad. Los restos del inhumado, la estela de lo que fue, merecen todo respeto, como también la expresión material que los acoge.

Gestiones de este tipo dan solidez a los pueblos, revelan su capacidad de preservar la herencia recibida y acercan a sus ciudadanos la trayectoria de concretos personajes, hombres y mujeres de nuestra tierra, que aportaron su singularidad, compromiso, implicación…

Juan Cánovas Mulero

Una de las pequeñas sepulturas que se conservan en el cementerio Nuestra Señora del Carmen destinada a acoger el cuerpo de niños. Su estado de conservación requiere de una intervención que permita su recuperación e ilustre sobre el significado del espacio conocido como «La Gloria».
Planta diseñada por Justo Millán Espinosa para el cementerio de Totana. Su propuesta se desarrolla con la idea de dividir el interior en tramos «mediante grandes vías, paseos, sendas y encrucijadas, procurando que esta distribución satisfaga el buen gusto, a la par que a la severidad que debe regir en este género de obras».
La ejecución de construcciones simplificadas respecto a la propuesta planteada por el arquitecto Justo Millán Espinosa, nos sitúan ante un momento histórico de dificultades económicas. La década de 1880 vino marcada por la fragilidad de la economía municipal.
Otras tumbas de niños en el espacio que fue conocido como «La Gloria» o «El Cielo».

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