Añoranzas totaneras

En la revista publicada en el año 1973 por la comisión de festejos patronales de Totana, mi padre escribió un artículo titulado "Añoranzas totaneras". En él plasmaba los sentimientos de aquél que, aun no habiendo nacido en Totana, fue adoptado por ella en su tierna infancia hasta que, por motivos profesionales, se vio obligado a abandonarla. Las estrofas que junto al artículo se acompañaban reflejaban también la nostalgia y añoranza que sentía al verse obligado a vivir "lejos de su patria chica".

Mis circunstancias no son exactamente las de mi padre, pero sí son en algo parecidas. Aunque nunca he vivido en Totana, he pasado en ella la mayor parte de los veranos y demás periodos vacacionales de mi vida. Ello, en mi infancia, era del todo inevitable. Si a la nostalgia de mi padre le sumábamos que mi madre era, y es, totanera de nacimiento, el resultado ineludible es que aquí es donde he pasado los mejores momentos de mi niñez y de mi adolescencia. Me estoy refiriendo en concreto a aquellos, ya lejanos, años 60 y primeros de la década de los 70.

Ahora, en el vigésimo tercer año del siglo XXI, ya próximo a mi jubilación, no puedo dejar de echar la vista atrás para acordarme de aquella Totana en la que transcurrió parte de mi infancia, como tampoco puedo dejar de compararla con la de ahora. No quiero incurrir en el error de afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pues ello, sencillamente, no es cierto. Lo único cierto es que cualquier tiempo pasado fue anterior. Pero, aún en esa absoluta certeza, resulta inevitable que nos asalten los viejos recuerdos que, además, siempre filtramos de los malos momentos y, entonces, se produce una evocación nostálgica inevitable. Cómo olvidar aquellas noches de verano en los cines Florida o Plaza de los toros en los que, mientras te comías un cucurucho de pipas, podías observar el cielo estrellado al tiempo que el chico seducía a la chica. Cómo no me voy a acordar de aquellos baños furtivos en las balsas o en las acequias de riego en el campo. Cómo olvidarme de aquellos despertares en la casa de mi abuela, al canto del gallo, rodeado de todo tipo de animales que tanto adoraba…

Desde entonces, Totana ha cambiado tanto que, a veces, cuando deambulo por sus calles tengo la impresión de estar en lugar distinto, y sólo cuando me topo con alguna de sus casas o iglesias históricas, me convenzo de que efectivamente estoy de nuevo en ella. Y es que Totana nada tiene que ver con aquélla de hace más de medio siglo. Su población en 1960 era de 14.200 habitantes, y actualmente tiene más de 35.000 agrupados en 68 nacionalidades según datos del servicio de estadística del Ayuntamiento, es decir, se ha producido un crecimiento demográfico exponencial, convirtiéndose, además, en una ciudad multicultural acorde con la tendencia que están experimentando la mayor parte de las ciudades de todo el mundo. Hemos de aceptarlo desterrando prejuicios y esforzándonos todos en el respeto y la tolerancia mutua.

Convenzámonos, aquella Totana que conocimos ya no existe, lo que queda son nuestros recuerdos y nuestros sentimientos. Eso sí, éstos siempre serán imperecederos.

Alejandro Buendía Cánovas
Doctor en Derecho
Abogado

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