La sequía que periódicamente angustia a Totana no quebranta sus corazones, alienta sólidas respuestas

En estos días en los que la inestabilidad atmosférica amenazaba con limitar las manifestaciones procesionales con que Totana celebra la Semana de Pasión, un cúmulo de contradictorias emociones recorrían su ánimo.

- ¡Agua! Ansiada y preciada lluvia, grito constante del alma de Totana; ¿y nuestra Semana Santa? Bendición, por un lado, por otro desasosiego.

Ajenas a estas turbaciones, las nubes caprichosas, resolvían concluir en "agua de borrajas". Volvía a repetirse la escena, aquella que durante siglos experimentan los moradores de este entorno.

En ese conglomerado de sentimientos, nada más lejano a la inquietud de quien esto escribe que negar una realidad que acongoja, cuando, a pesar de los constantes síntomas con que se manifiesta el planeta, no somos capaces de actuar corrigiendo todo aquello que lo daña y destruye. Por tanto, la idea de esta reflexión, no es mitigar la evidencia de los hechos, sino empatizar con una trayectoria de entereza y superación con que los hombres y mujeres de Totana afrontan la pertinaz sequía que viene azotando a este, por otra parte, extraordinario enclave mediterráneo. Privilegiado porque ofrece ternura, calidez y templanza, pero, sobre todo, porque ha engendrado un modo de ser altruista y solidario.

El siglo XVI, que había permitido el asentamiento con firmeza de la población en las tierras del valle del Guadalentín, tras la incierta e insegura etapa medieval, recordaba a los vecinos que las villas que les acogían, "Aledo y Totana", al estar "fundadas en tierra de secano", sin "agua viva para poder regar los panes que se sembrasen", no alcanzaban a contar con las ventajas de este preciado bien. Esta adversidad forzó a nuestros mayores a entender que la aridez formaba parte de la dote. Para contrarrestar esta rémora gestionaron actuaciones enfocadas a obtener y aprovechar al máximo su déficit hídrico. Esa limitación y la amenaza de la espada de la penuria, derivada de tan azarosa climatología, no derrotaron sus esperanzas, sino que alentaron una trayectoria de lucha y de tesón, abierta a superar dificultades, agudizando sus capacidades con iniciativas de explotación de las aguas del subsuelo, con ingeniosas canalizaciones y embalses. Un entramado de conducciones con el que alimentar sus valiosos cultivos.

Desde la admiración al profundo combate que debieron de lidiar las generaciones que nos han precedido para activar las infraestructuras que señalamos, valoramos de un modo mucho más responsable el legado recibido, a la vez que en él se nos descubre la apuesta por una tierra que "cuajada de aromas, fértil y generosa, abraza apasionadamente el caminar de sus hijos", exhortándonos a su cuidado y preservación.

Para acercarnos a la intensidad de estos acontecimientos ponemos la mirada en algunos momentos especialmente complejos que, por reiterativos, requerirían de más espacio del que aconseja la prudencia.

Si el siglo XVI alentó la repoblación y roturación de tierras afirmadas en la paz de Granada, pronto la evidencia agostará esas oportunidades, revelándose calamitosa buena parte de la década de 1570, negando que "acudiese la lluvia" en auxilio de sus gentes. Para paliar tan compleja situación se recurrió, incluso, a la intervención del monarca que, en junio de 1578 decretaba por Real Provisión, se "enviasen a personas a comprar pan y llevarlo a dicha villa". Con la mirada puesta en otros ámbitos, se encauzaban los pasos a Andalucía o La Mancha, recorriendo senderos y solventando emboscadas, en busca del preciado alimento. Pero, además, el puerto de Cartagena se presentaba como punto cercano para abastecerse del "trigo de la mar", de aquel que llegaba procedente del norte de África, del sur de Italia o de Francia. Con este planteamiento en noviembre de 1584 el depositario de los fondos del Pósito partía hacia la ciudad portuaria "para comprar trigo del mejor que viniese, llevando consigo arrieros que hagan seguro el viaje" y transportasen la mercancía. Conviene señalar que estas animosas brisas, aunque remediadoras, ofrecían a su llegada a Totana un género encarecido que no todos podían adquirir.

Situaciones similares se vinieron repitiendo a lo largo de las siguientes centurias, llegando el clamor hasta nuestros días, pues hace poco más de setenta años, las autoridades locales presentaban petición al Ministerio de Obras Públicas reclamando un trasvase de agua del Pantano del Cenajo, para abastecer las necesidades de sus dieciséis mil habitantes y "asegurar la cosecha de cereales, que la mayoría de los años se pierde, por la pertinaz sequía que padece esta comarca". Las aguas del Tajo-Segura, facilitan en nuestros días, junto con la oferta de la desalación, aliviar la inquietud de la producción agraria.

La perseverancia y esfuerzo que significan a esta trayectoria han forjado el carácter audaz de esta tierra, el espíritu compasivo y considerado de sus vecinos, así como la capacidad de riesgo de nuestros agricultores y la denodada lucha por construir una sociedad en la que, respetando el legado recibido, se afiancen perspectivas y horizontes.

Juan Cánovas Mulero

La inauguración de la balsa de Los Llanos recoge la seguridad que ofrece contar con un embalse que facilite los riegos del paraje. Los vecinos se congregan felices frente a este logro. El tan ansiado bien del agua abre caminos a la producción agrícola. Imagen AGRM. Fernando Navarro. FN-001-000014.
Prácticas e inteligentes infraestructuras de regadío pusieron en producción amplias zonas del paraje de Los Huertos de Totana. Este patrimonio que soporta la ingratitud del olvido requiere de medidas de protección que permitan preservar las expresiones del esfuerzo de nuestros mayores en favor de una tierra que, radiante de fertilidad, ha sabido aprovechar los escasos recursos hídricos.

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